Fotografía de Manuel Morales, miembro del equipo de comunicaciones Farcodi UBB
La arquitecta Dra. Maureen Trebilcock, Directora del programa Doctorado en Arquitectura y Urbanismo (DAU), académica del Departamento de Diseño y Teoría de la Arquitectura de nuestra facultad, presenta en su columna unas reflexiones sobre el concepto de “vivienda saludable” y el derecho a una mejor calidad de vida de sus residentes, en el contexto de la pandemia del COVID-19  que nos afecta. Columna publicada en diario El Sur el domingo 22 de junio.

Hay momentos en que percibimos nuestra casa de forma más intensa.  Durante la tormenta, cuando la lluvia resuena en las ventanas y el viento hace crujir el techo.  Gastón Bachelard dice que frente a la hostilidad de la tormenta las virtudes de protección y resistencia de la casa se transforman en virtudes humanas, de manera que la casa adquiere le energía moral y física del cuerpo humano.  Lo mismo podríamos decir que ocurre en estos días durante la crisis sanitaria Covid-19.  Frente a los riesgos del exterior, buscamos refugio en nuestras casas para mantenernos protegidos y sanos.  La capacidad latente de la vivienda de proteger es activada por la pandemia, de la misma forma que se activa con la tormenta.  La vivienda se interpreta entonces por su condición más primitiva – entendido como lo primero, lo original – de refugio, de protección.  Y en este proceso, el vínculo entre la vivienda y el ocupante se fortalece.

El concepto de “vivienda saludable” surge para promover principios de salud y confort, traspasando a las viviendas la condición humana de ser saludables.  LaOrganización Mundial de la Salud (OMS) en su documento “WHO Housing and Health Guidelines” señala que la vivienda saludable es esencial para prevenir enfermedades.  La conceptualiza como “un refugio que sustenta un estado de bienestar físico, mental y social”.  Hay dos elementos universales que resultan clave para lograr este estado de bienestar: el aire y la luz.

El aire debe ser limpio y temperado.  Para ello es importante ventilar de manera de permitir que el aire viciado del interior sea reemplazado por aire limpio del exterior.  En invierno esto resulta más complejo por el frío, pero igualmente esencial, por lo que se recomienda abrir ventanas al menos tres veces al día por diez minutos, y potenciar la ventilación cruzada al abrir varias ventanas a la vez.  Lamentablemente aquí nos enfrentamos a un problema común en las ciudades del sur donde la combustión de leña contamina el aire interior y exterior.  La relación entre la contaminación atmosférica y las enfermedades respiratorias ya ha sido comprobada por varios estudios, por lo que es tiempo de generar acciones que apunten a reemplazar la calefacción a leña en el mediano plazo, abordando las brechas económicas que esto implica.  La temperatura del aire es también relevante para evitar enfermedades.  Estudios indican que se debe evitar que baje de 14°C.  Aquí es importante el diseño arquitectónico que debe aprovechar la energía del sol y evitar las pérdidas de calor a través de la aislación térmica de la envolvente.

La luz natural es esencial en la vivienda.  Sus beneficios higiénicos son conocidos desde los tiempos de los históricos “sanatorios” que trataban a los pacientes con luz natural para combatir enfermedades.  Además, la luz natural varía en intensidad y tonalidad durante el día, lo que regula el ciclo circadiano de las personas.  La luz brillante y azul de la mañana activa hormonas que nos alertan, mientras que la luz baja y cálida del final de la tarde activa hormonas que nos relajan.  Por otro lado, la luz solar, las vistas al exterior y la presencia de elementos que conecten con la naturaleza resultan favorables para controlar el estrés que provoca la pandemia en las personas.

Sin embargo, no podemos dejar de mencionar las significativas brechas en materia de vivienda que las desigualdades económicas del país han generado.  En muchos casos, el reducido tamaño genera hacinamiento que resulta en la principal barrera para controlar la dispersión del virus.  En muchos otros, la calidad constructiva es deficiente para mantener el calor de forma eficiente, lo que a su vez aumenta la necesidad de quemar combustibles para calefaccionar y con ello contribuir a la contaminación del aire.  Frente a estos desafíos debemos seguir avanzando en políticas públicas que mejoren la calidad de las viviendas para que realmente logren ser el refugio para el bienestar de las personas que proclama la OMS.


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