Cuando el Consejo constitucional está votando las normas, resuena con fuerza por parte de la abrumadora mayoría republicana, su defensa a las enmiendas por ellos levantadas, en tanto representantes de mayoritarias. En este sentido, muchos han tratado de explicar el fenómeno republicano, y mientras unos hablan de la teoría del péndulo y otros del efecto boomerang, los autocomplacientes dicen que Chile siempre ha sido conservador, y los más audaces lo explican por un partido que sintoniza con las demandas ciudadanas. Sin embargo, me permito agregar una explicación más, y es que este giro conservador se lo debemos al COVID.
Manuel Delgado en su premiado libro, “El Animal Público”, decía, La ciudad no es lo urbano. La ciudad es una composición espacial definida por la alta densidad poblacional y el asentamiento de un amplio conjunto de construcciones estables, una colonia humana densa y heterogénea conformada esencialmente por extraños entre si… y lo urbano, en cambio, es un estilo de vida marcado por la proliferación de urdiembres relacionales deslocalizadas y precarias, opuesta a cualquier cristalización, puesto que son fluctuantes, aleatorias y fortuitas.
El estallido social y luego la pandemia, nos obligó a parapetarnos al interior de nuestros hogares, esferas domésticas, predecibles y controladas, donde lo público quedó reducido al mínimo posible y las interacciones sociales prácticamente desaparecieron. Los puntos de contacto con otros y nuestra posibilidad de experimentar la otredad, quedaron clausuradas, eclipsando la esencia de la vida en la ciudad, su diversidad y la posibilidad de experiencias complejas, volviendo la escala de la vida demasiado íntima y familiar. Entonces, y por muy masificado y avanzado de nuestros recursos tecnológicos para la comunicación, en este devenir, nuestra vida social se volvió más primitiva, predecible y menos compleja, disminuyendo nuestra tolerancia a lo imprevisto.
Ya pasada la pandemia, y vueltos a nacer a lo público, nuestra epidermis ha profundizado el temor a toda experiencia que pueda crear complejidad o desorden, lo que ayudado por los medios de comunicación, han encuadrado el espacio público y lo público como lugar de lo inseguro e impredecible, que escapa a nuestro control y dominio, causándonos ansiedad y temor. Así, la vida pública, que por definición es el espacio donde las experiencias que no controlamos toman lugar, en este tiempo post-pandémico, nos resulta más amenazadora, disruptiva y dolorosa que antes. Esquivos a nuevas experiencias y ávidos de seguridad y control, volcamos nuestras miradas a quienes prometen domesticar y purgar la ciudad de lo urbano, en un intento de domesticar lo público, volverlo predecible y controlable, y con ello, seguro y liberado de todo peligro.
La natural inclinación humana a controlar las amenazas y lo desconocido, ya no solo se circunscribe a los fenómenos climatológicos y tectónicos, sino, y en parte por la pandemia, se ha expandido a todos los ámbitos de nuestra vida, pretendiendo llevar las leyes de lo domestico a la vida social y lo público. Es más, según Bloomberg, este año ha sido uno de los mejores años en términos de nuevos clientes parala industria de los seguros en todo el mundo. Reforzando que Chile no ha sido el único país que vivió la pandemia, ni tampoco donde los encuadres conservadores han avanzado, todos hemos visto la expansión y respaldo ciudadano a lideres conservadores en EEUU, Europa y Sudamérica, sin embargo, si esto es en parte la expresión circunstancial de un tiempo postpandemico, como tal, pasará.