El siglo XX y fundamentalmente en el siglo XXI se ha caracterizado por la construcción de las enemistades, más bien de la construcción de un enemigo. Recientemente el investigador de la Universidad de la Frontera y director del Doctorado en Comunicación de dicha casa de estudios en consorcio con la Universidad Austral de Chile, el Dr. Carlos del Valle Rojas ha publicado un texto fundamental para comprender los elementos y factores que inciden en la construcción mediática del enemigo. Y es que en el siglo XX después de la segunda guerra mundial se consolida la masificación de los medios de comunicación, en lo que los teóricos alemanes Erick Horkheimer y Theodor Adorno denominaron como “la industria cultural”. La Industria cultural es la construcción de discursos y sistemas de intercambio cultural, en este sistema económico convergen una propuesta propagandista y una necesidad de consumo cultural que en aquella época estaba liderada por una naciente televisión y una consolidada prensa escrita. Un tercer acicate que participa en este sistema de consumo, son las prácticas propias del arte, como la plástica, el cine y la poderosa industria de la música.
Todos estos antecedentes, que parecen muy positivos, por cierto, guardan también un lado más oscuro. Es en esta época donde se establecen los estándares y estereotipos. El sistema de la moda se establece a través de las nacientes casas de moda, que es justamente en esta época donde logran los mayores dividendos. Se establece el concepto de sueño americano, mostrándo Estados Unidos de Norteamérica como una nación pujante y exitosa gracias a ser vencedores en Europa en la Segunda Guerra. Nacen series de televisión que hasta hoy son emitidas por algunos canales de cableoperador y a través de view won demand, hago referencia a Bonzaza, El Zorro, Dimensión Desconocida, El llanero solitario, Superman, entre muchas otras series que cautivaron y siguen cautivando nuevas generaciones.
Todo este apogeo consolida a EEUU como una superpotencia más allá del poder bélico o económico, lo transforma en un país presente en los imaginarios públicos entendiendo que las prácticas y costumbres de este país, son las que deben de hacer eco. Sin duda no hago referencia personal a este ideario, sino más bien a como se entendía por parte de muchos países del mundo, sobre todo en Latinoamérica.
Hoy, a más de setenta años de aquel hito y en la segunda década de este nuevo siglo hemos visto como el posicionamiento de la industria cultural ha instaurado daños colaterales significativos, como por ejemplo la construcción y normalización de las enemistades. Hoy, como lo señala el semiólogo chileno Álvaro Cuadra, nos resulta más que evidente la presencia y convergencia de códigos digitales y sus interfaces, se nos presenta ante nuestros ojos una ciudad visual (virtual) y la producción ad infinitum de imágenes van derribando el concepto de ciudad letrada que anulan cualquier posibilidad de revertirse.
Es preciso aclarar que el concepto de “ciudad letrada” en honor al título del libro publicado en el año 1984 por el ensayista uruguayo, Ángel Rama, devela las relaciones adscritas al poder y cómo mantenerlo a este lado de del mundo, por ende, una visión clásica del poder era la escritura, el mismo Álvaro Cuadra señala en su libro “Hiperindustria Cultural” que el saber escribir no es sólo una habilidad funcional o un criterio que define cierto nivel de operacional de comportamiento, la alfabetización permite trascender el entorno inmediato generando de esta manera un mundo compartido más abstracto donde la comprensión de esta abstracción está reservada sólo a quienes entienden la escritura y su compleja codificación. En tanto en el mundo de las imágenes, dentro de esta industria o hiperindustria cultural, se democratiza la comprensión, pero no la producción. Vemos que el sistema virtual que habitamos es imagen dejando de ser mediación. Ahora, ¿Cómo todos estos avatares van generando la enemistad?, Del Valle es claro en su texto, su libro aborda cómo el indígena es visto de manera mediática como un ser domesticable, invisible y anonimizado. Por ejemplo, en el siglo XIX se decía que los indígenas sólo podían cognitivamente procesar órdenes, pero no establecer juicios sobre la naturaleza de estas órdenes. El autor señala que la matriz colonial surge como un proyecto civilizatorio y que este nace justamente justificando la relación de dominación de un grupo por sobre otro, esta dominación no sólo fue por la fuerza sino además surge administrativamente entendiendo que aquellos grupos humanos más desvalidos eran aquel daño colateral que sufría en virtud de un proyecto mayor.
Toda la epistemología que, circundada a América, estaba constituida teóricamente por las tesis desarrolladas desde el viejo continente, un par de siglos antes, el filósofo alemán, Immanuel Kant se refería a los pueblos conquistados en África y América, como pueblos carentes de conocimiento y racionalidad, y que estos pueblos con este sistema de vida eran pueblos que se comportaban como niños.
Como vemos, la creación de un enemigo en el otro, lleva un par de siglos, que sólo se ha consolidado en estos últimos, se normalizó el odio por el otro entendiendo que todo lo que me excede es otro y esa otredad nace porque soy yo el referente que la establece. Desde el punto de vista de las imágenes se establece este mismo odio, los cánones estéticos visto antes han generado lugares comunes que enmarcan lo que es correcto y lo que no es correcto para mis intereses y, que en este siglo XXI lejos de desaparecer se ha enquistado más fuertemente, ya que las redes sociales, por donde circula más del 70 por ciento de los intercambios sociales macro, han creado algoritmos que nos hacen creer que nos hablan a nosotros específicamente.