Cada 4 años, durante el mes de abril -mes aniversario de la universidad- y con la tradicional cuenta pública de nuestro rector, se abre un nuevo proceso eleccionario, sea para ratificar su re-elección o bien, para escoger a un nuevo liderazgo y equipo de gobierno universitario. Esta vez, no obstante, el contexto es radicalmente diferente. El movimiento feminista de mayo del 2018 y la explosión social de octubre del 2019 marcaron un cambio de era; un antes y un después en la historia de Chile. El mensaje no podría haber sido más claro y elocuente. Es en este contexto, a todas luces ineludible, sobre el cual debiéramos desarrollar este proceso. Contexto que es producto directo de un cansancio y de una necesidad histórica colectiva profunda. Cansancio, de la forma tradicional de ejercer la autoridad: de sus privilegios y excesos, de la inequidad, de la discriminación de todo tipo, de la falta de inclusión y participación efectiva, entre otros asuntos que permanecen ”tatuados” en la memoria colectiva. Y necesidad de co-diseñar en conjunto un posible camino de futuro.
La crisis sanitaria del 2020-2021 vino a aletargar y a poner en pausa estas demandas, las que permanecen latentes y más vivas que nunca y es deber de cada uno hacerse cargo. Muchas personas desean, después de 2 años de confinamiento forzado, volver a la “normalidad” y hacer lo que siempre hicimos y de la misma manera. No obstante, olvidar o hacer caso omiso de la urgencia y naturaleza de estas demandas latentes implicaría arrojar combustible sobre las brasas de un estallido que tomó mucho tiempo apaciguar. En un mundo en condiciones sociales ya altamente inestables y volátiles, este es un riesgo que no podemos darnos el lujo de correr.
Estar realmente vinculados y vinculadas con el medio implica que la universidad, como microcosmos social, debe ser un reflejo del macrocosmos sociedad. Demás está decir, no adoptando malas prácticas sino que dando el ejemplo: el espacio en donde se experimenta y pone a prueba, se yerra y corrige, se discuten y perfeccionan las propuestas de posibles nuevos órdenes. Un espejo en donde la sociedad se mira. En palabras del ex-Rector Hilario Hernández G.: “…lejos de ser un mundo conservador, el mundo universitario debiera ser una comunidad de avanzada, a la vanguardia de los cambios…”.
Con todas las dificultades y limitaciones del caso, durante los 2 últimos años nos enfrentamos como comunidad universitaria a la tarea de desarrollar nuestros nuevos estatutos de forma triestamental. Ellos definieron un marco de gobernanza que en estricto rigor debería regir nuestro gobierno universitario en las próximas décadas. Pero en sí, esto no basta. Lo que alcanzamos fue solo un principio; un acuerdo en el papel sobre una visión compartida y el proceso se detuvo allí. Lo que sigue es avanzar, perfeccionando y ajustando el modelo propuesto en temas tan fundamentales como:
¿Qué tipo de triestamentalidad logramos consensuar?
¿Es este consenso perfectible?
¿Cómo seguimos construyendo este nuevo orden microsocial emergente, uno que satisfaga las demandas que la época nos hace de la forma más amplia y profunda posible?
Nuestra experiencia a la fecha en nuestra comunidad/facultad nos enseña que llevar adelante procesos socialmente complejos como la triestamentalidad presupone aprender o reaprender a conversar. Si se prefiere, a dialogar. Dialogar en el sentido Platónico. Es decir, escuchar con la misma intensidad con la que se habla, empatizar con el punto de vista del otro como si fuera propio, vaciarse para que las palabras, las ideas y los sentires de otras personas entren en uno. En suma, aprender a ver el mundo a través de ojos ajenos. Solo entonces podemos mirarnos a los ojos. Puede parecer fácil. Pero hemos visto que, como toda destreza adquirida en la adultez, es un proceso que requiere tiempo y, a menudo, de ayuda experta. Porque, si lo pensamos bien, nadie nos enseña a conversar. Damos por hecho de que hablar es equivalente y suficiente. Y si no logramos hacernos escuchar, entonces hablamos más fuerte. No nos damos cuenta de que un conversar desprovisto de una escucha atenta es de facto un diálogo de sordos. A esto nos referimos cuando hemos hablado de conversaciones disciplinadas o metódicas. Es un trabajo arduo que, valga la redundancia, supone una buena dosis de “buena voluntad”.
Si hemos de superar traumas anímicos al interior de cada unidad, fortalecer nuestra identidad y valorar la sinergia del trabajo interdisciplinar en equipo, este es, a nuestro sincero parecer, un buen camino para hacernos camino al andar en pos de la misión encomendada por el estado y cristalizados en nuestro PGDU. Para poner en práctica lo que Donna Haraway llama simpoiesis o generar-con, que alude a la necesidad de empezar a pensar y construir colectivamente.
¿Qué esperamos para seguir avanzando?
¿Acaso el proceso eleccionario de quien nos represente no es el contexto propicio para llevar adelante este trabajo en marcha y poner a prueba algunos aspectos de los nuevos estatutos?
¿O haremos caso omiso, caeremos presa de la inercia, nos volveremos a dormir y haremos como si nada hubiese ocurrido estos últimos años?
Necesitamos propuestas socialmente contemporáneas y originales. Originales en su sentido etimológico: con raigambre en el origen. Y en el origen siempre encontramos seres humanos que piensan, sienten y ensayan formas de estar juntos y, en el proceso, aprenden los unos de los otros. Un proceso social de esta naturaleza, centrado en valores sociales elementales, torna redundante todo intento de marketing y publicidad, pues lo verdaderamente importante no está en “convencer” ni en “ganar” un argumento o una discusión sino precisamente en “entrar en la conversación” de forma desinteresada. Así, creemos, la verdadera autoridad no se conquista mediante la persuasión sino que nos es “reconocida” de forma igualmente espontánea y desinteresada por nuestros pares. Esto, creemos, proporciona una idea actualizada de lo que hoy hemos venido a entender -quizás de forma más bien superficial- por participación y democracia. Participamos no porque tenemos derecho a voto sino porque hemos sido parte de la conversación. Y votamos, no sólo por programas y capacidades sino, por sobre todo, por valores y estándares morales.
Por último, una confesión. Estas reflexiones son producto directo del desvelo que me produjo contemplar seriamente la posibilidad de formar parte del proceso eleccionario como candidato a la rectoría de nuestra Universidad. Finalmente, opté por continuar concentrando mis energías en el trabajo que hemos venido desarrollando al interior de nuestra facultad. Las comparto aquí con la esperanza de que puedan contribuir a enriquecer nuestras conversaciones de comunidad universitaria de aquí a las elecciones y más allá.
Decano Roberto Eduardo Burdiles Allende y equipo Decanatura Farcodi.