Si bien se aboga con fuerza y razón por constituir más y mejores espacios públicos para nuestros barrios, permítanme argumentar porque también es necesario contar con espacios públicos supra-barriales, que puestos en la escala metropolitana se asocien a parrillas programáticas atractivas y recurrentes.
Nuestros estilos de vida, modelo político-económico y formas de organización espacial, han actuado dialécticamente sin mayores contrapesos, produciendo y reproduciendo urbes cada vez más segregadas, donde vivimos más separados unos de otros. En nuestra vida social cotidiana, no nos encontramos realmente con él otro; vivimos, trabajamos, compramos y nos recreamos en lugares distintos. Por otra parte, las elites, incluso las más progresistas, cada vez se alejan más de los sectores vulnerables y del centro fundacional, exacerbado su distancia de la diversidad. Y los grupos vulnerables, circunscritos a barrios igualmente homogéneos, sienten una falta de estima social, carencia de reconocimiento y frustración al percibir que su voz no importa. Ambas condiciones crean, en un extremo grupos refractarios a la solidaridad, y en el otro, ciudadanos con un sentimiento de menosprecio por parte de las elites, transformándose ambos en tierra fértil a nuevos populismos.
Dicho lo anterior, debemos reconocer, en conjunto con la literatura especializada, que una condición necesaria, más no única, para favorecer la cohesión social y desarrollar ciudadanías democráticas, activas y solidarias, es el encontrarnos y reconocernos en nuestras diferencias como habitantes de un mismo país, y por añadidura, de una misma urbe. Y en esto, el espacio público siempre ha jugado un rol significativo, sin embargo, frente a la segregación y homogenización socio-residencial, el espacio público barrial no asegura dicha cuestión. Entonces, poner atención en aquellos espacios públicos supra-barriales es fundamental, como también lo es, pensar que su sola existencia no vasta, ni tampoco que sean accesibles y de calidad, hoy más que antes, activar el potencial de movilidad de la ciudadanía, y con ello las capacidades formativas y cohesivas de los espacios públicos metropolitanos, pasa por ser accesibles y de calidad, pero especialmente por desplegar en ellos eventos cada vez más atractivos.
Así, en urbes y estilos de vida fragmentados, salir del barrio para encontrase con la diversidad del otro, es una cuestión fundamental, que posiblemente no revierta las tendencias de segregación, distanciamiento y homogenización social, pero puede contribuir de manera significativa a construir una identidad colectiva y territorialmente ampliada, promoviendo una mejor política y afecto por la vida cívica, abrazando un sentido de bien común que se extienda más allá de nuestros nichos de clase.