Fábrica de Bellavista Oveja Tomé. Cedida por la Dra. María Isabel López.
La Dra. María Isabel López, docente del Departamento de Planificación y Diseño Urbano y del programa Magíster en Patrimonio Arquitectónico y Urbano y directora del Centro de Estudios Territoriales Interdisciplinarios- CETI de la Universidad del Bío-Bío, nos presenta la columna titulada “Sobre déficit, vivienda y vecindad”. Publicada en Diario El Sur el domingo 02 de octubre  del presente año.

Vemos en la Política de Emergencia Habitacional una diversidad de mecanismos para enfrentar el déficit. Uno de ellos es el Programa de Vivienda para Organizaciones de Trabajadoras y Trabajadores (PVOTT) en el cual las empresas aportarían suelo para la construcción de las viviendas.

Resulta interesante detenerse en esta idea para revisar la profusa experiencia de construcción de conjuntos para trabajadores en Chile. Hay ejemplos destacados en el norte del país asociados al auge salitrero y posteriormente a la industria cuprífera; por lo demás bellamente descritos y estudiados en diversas publicaciones. Así mismo, en el sur del país -y particularmente en nuestra región- el legado de este modelo habitacional ha sido muy importante, asociado a la industria del carbón, textil, locera, vidriera y acerera entre otras.  Muchas de estas actividades productivas dieron origen a formas de habitar caracterizadas por la cohesión de su tejido social. Algunos de estos ejemplos persisten sólo en la memoria de sus antiguos habitantes -como es el caso de Pilpilco hace años desaparecido bajo el manto de una plantación forestal- mientras que otros, constituyen actualmente piezas claves de la identidad urbana contemporánea. Este es el caso de Lota Alto, de los conjuntos de Puchoco y Maule en Coronel, del barrio Bellavista en Tomé, y de la Villa Presidente Ríos en Talcahuano, entre otros. Si bien existen iniciativas de puesta en valor de algunos conjuntos, es indudable que el recambio generacional y en muchos casos la pérdida de ‘la fábrica’ como el imago mundi que le daba sentido a una forma de vida en común, genera presiones de cambio que amenazan la preservación de estos tejidos históricos. Ejemplos claros de la pérdida de su sentido colectivo son, por ejemplo: el declive y abandono de algunos equipamientos comunes, la pérdida de antiguos espacios abiertos -hoy fragmentados como patios individuales mas o menos informales- y el cierre y privatización de los corredores de antiguos pabellones, entre otros.

El PVOTT es claramente distinto al modelo decimonónico y de principios del siglo XX, en el rol protagónico del Estado y -esperablemente- de las mismas organizaciones de trabajadores. También, los conjuntos del pasado más allá de su riqueza arquitectónica y comunitaria, no ofrecían caminos claros hacia la “casa propia”. El programa PVOTT podría ser un avance en esa tan sentida e importante aspiración de las y los trabajadores. Por otra parte, una similitud clara es la posibilidad de retomar en estos conjuntos una vida de vecindad con otras y otros con quienes se comparte una cotidianidad en común. En una sociedad tan líquida como la actual y de tanto individualismo y soledad, quizás sea esta una oportunidad para reeditar espacios públicos que -mas que meros espacios de representación- sean el reflejo de una comunidad a la cual se pertenece.


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