El arquitecto Dr. Aaron Napadensky, director del Laboratorio de Estudios Urbanos y académico del Departamento de Planificación y Diseño Urbano de nuestra facultad, presenta su columna titulada: Por una política de subsidios verdes territorialmente diferenciada. Columna publicada en edición de Diario El Sur el domingo 17 de diciembre.

Columnas de opinión, noticiarios, economistas y no economistas, repiten el diagnóstico; economía en crisis, crecimiento 0 y el más bajo PIB tendencial en décadas. Y como en cada crisis, nos volcamos sobre los mismos problemas, y vuelve a aparecer la tramitología y la permisología, que abultadas y largas, le restarían competitividad y dinamismo a la economía nacional. Ya en la región, volvemos a hablar, como hace años, de una región estancada y de una siderúrgica en problemas frente al acero chino.

Esperemos que después de estos repetidos diagnósticos, surjan medidas, estrategias y tácticas que permitan revertir, con una mirada sostenible, estas tendencias. Y como en mirar no hay engaño, miremos al norte. En EEUU el Gobierno de Biden, aprobó el 2022 la Ley de Reducción de la Inflación (IRA), que incluye subvenciones por más de US$ 370 mil millones, destinados exclusivamente a robustecer y crear cadenas de suministros para industrias ecológicas de fabricación de vehículos eléctricos, baterías de litio y tecnologías para la descarbonización. Esta legislación, en lo que va del 2023 ha provocado una oleada de inversiones extrajeras por parte de fabricantes como Panasonic, Toyota, Honda y Bridgestone, entre otras. Solo Toyota invertirá al 2030, US$ 13.900 millones y creará 5 mil nuevos puestos de trabajo en sus plantas estadounidenses, construyendo uno de los principales epicentros de la producción de baterías de litio.

Entonces, partiendo de lo más fácil que es hacer la pregunta, porque no establecer una política agresiva y robusta de subvenciones a empresas para la generación e innovación en tecnologías ambientales de nueva generación. Subsidios y regalías impositivas diferenciadas en lo sectorial y en lo territorial, que promuevan inversiones de largo plazo y potencien las distintas ventajas de nuestras regiones, fortaleciendo los estancos y poco productivos ecosistemas regionales de innovación. Porque si bien Chile es fuerte en la generación de conocimiento, medido en publicaciones científicas -dato territorialmente correlacionado a la presencia de universidades y captura de recursos para proyectos de investigación- sigue siendo pobre en innovación, medido en solicitudes de patentamiento, reflejando un local desfase entre la oferta y demanda de conocimiento.

En lo antes planteado subyacen dos desafíos, entre otros. Uno político, porque siempre hay quienes simplifican y deslegitiman este tipo de estrategias bajo la idea de lo improcedente que sería subvencionar a los ricos, soslayando los efectos territoriales que esto tiene sobre el empleo y cadenas de suministros locales. Y dos, cultural, haciendo necesario profundizar el acercamiento de dos mundos más separados de lo que deberían, el académico y el empresarial.