Fotografía de Manuel Morales, miembro del equipo de comunicaciones Farcodi UBB
La emergencia sanitaria, que enfrentamos actualmente en casi todo el mundo, está afectando también la arquitectura y la ciudad en varios aspectos, y algunos, probablemente permanentes. No sólo por la duración y gravedad de la pandemia, sino por su combinación con tendencias sociales que estaban emergiendo en todo el mundo, como en Chile, con el estallido social y otros profundos dilemas culturales. Ciertamente las precauciones sanitarias y la atención médica son prioritarias en ésta emergencia, pero también otras medidas y actitudes expresan relevantes cambios en los edificios y las áreas urbanas. La sanitización y cuarentenas obligatorias, que restringen las actividades y traspasan gran parte de las relaciones sociales a la mediación digital, se suman a una creciente identidad individual y colectiva, que está renovando el habitar doméstico y ciudadano. Aunque también perviven tensiones conservadoras e inercias institucionales, así como una eventual recesión económica y agudas inequidades.
En la pandemia se han vuelto críticas las capacidades hospitalarias y algunas infraestructuras esenciales, pero también se ha sobrecargado otro lugar que parece ser el mejor mecanismo de prevención de contagios; nuestra casa. La vivienda se ha convertido para mucho/as (aunque no para todo/as), además de la residencia habitual, en un espacio de trabajo, educación, entretenimiento y salubridad. Se ha multiplicado la ocupación de nuestras casas y departamentos para asegurar el aislamiento, con algunos adultos realizando tele-trabajo, los niños y jóvenes en clases a distancia, los ancianos recluídos, algunos enfermos, y entre todo/as, cocinando y pasando más tiempo juntos. Con los riesgos y dificultades que también eso conlleva. Adaptando las habitaciones, intentando hacer turnos, combinando con la limpieza y atención de familiares, realizar algún ejercicio físico, o al menos cambiar de recinto para despejarse y aislarse de los demás. La convivencia doméstica ha sido puesta a prueba, y las rutinas se han intensificado y perturbado, eliminando gran parte de la socialización con otro/as. Mientras alguno/as salen sólo para algunas compras o urgencias, otro/as deben continuar con sus trabajos, y agregarle ritos de distanciamiento y limpieza que agobian. Este incremento de la ocupación doméstica ha obligado a varios cambios y descubrimientos hogareños que probablemente persistan.
La demanda futura de las viviendas deberá considerar más variedad de ocupación, quizás con más recintos y tamaños mayores, pero también calidad y flexibilidad. Ahora somos más conscientes de un mejor asoleamiento, separaciones internas, mobiliarios adaptables, conectividad digital, vistas exteriores, una cocina amplia y calefacción adecuada. Posiblemente tampoco se requieran ubicaciones tan céntricas, porque estaremos más acostumbrados a quedarse en casa y no perder tanto tiempo en transporte.
Los restaurantes, edificios públicos, gimnasios, centros comerciales, escuelas y oficinas, ahora desocupadas, probablemente volverán a utilizarse; pero con medidas sanitarias, menos personas o turnos de ocupación. Lo que conlleva un menor requerimiento de estos establecimientos; que deberán ser mas amplios, mas distanciados y por ende, más caros y escasos, o poco asiduos. Los ingresos mas cubiertos y controlados, y los salones colectivos plagados de separaciones. Se reacomodarán las tipologías constructivas y la estructura de las ciudades, como las calles y áreas verdes con mas espacio peatonal y menos circulación vehicular, o al menos con un uso más ocasional.
La intensidad doméstica tiene también una connotación vecinal, en el pequeño comercio local, los recintos comunitarios y redes de información. El fortalecimiento territorial produce una distancia con las grandes instituciones, corporaciones y actividades globales, que proliferan y aumentan en la interacción digital, pero cada vez más lejanas. Así los monumentos arquitectónicos que glorifican a las grandes entidades van diluyendo su sentido urbano, y las infraestructuras se focalizan en la conectividad y transporte de bienes.
La experiencia espacial, que sustenta el bienestar arquitectónico, se redescubre en la vivencia doméstica y vecinal. Con lugares más singulares y cómodos, mas integrados a la naturaleza y la comunidad. Buscando la belleza de los rincones y las relaciones, en vez de las construcciones grandilocuentes y atestadas. Esperamos vaya entonces hacia una arquitectura más cercana y plácida.