El invierno del año 2018 fue especialmente frío en el centro y sur de Chile. Tanto así, que grupos de escolares se movilizaron acusando condiciones extremas de bajas temperaturas en el interior de las aulas escolares. El caso más conocido fue el llamado “colegio iglú” de San Pedro de la Paz, donde se registraron temperaturas bajo cero en el interior, atrayendo inmediatamente la atención de la prensa. Las consecuencias de una mala calidad del ambiente interior en las aulas pueden llegar a ser importantes, ya que los escolares pasan alrededor del 70% del tiempo en sus escuelas. Las deficiencias en la temperatura, acústica, calidad el aire e iluminación pueden afectar no solo el confort momentáneo de los niños y niñas, sino también la salud, el ausentismo y el desempeño académico. Para abordar mejor este tema, haremos una sinopsis de la infraestructura escolar pública chilena en tres tiempos.
Pasado. A fines de los años 60s, en un período de importantes reformas en la educación, la Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales atendió el creciente déficit de infraestructura escolar a través de la construcción masiva de escuelas tipificadas. Se utilizaron estructuras prefabricadas de acero y madera para construir escuelas en todo Chile, con pocas variaciones que atendiesen a las diversidades climáticas. Si bien se cumplió con el objetivo esperado de satisfacer el déficit, la envolvente con poca o nula aislación térmica repercutió en una mala capacidad de aislarse del frío o del calor exterior. Hace unas décadas resultaba lógico y esperable que los niños se adaptasen a condiciones térmicas extremas sin mayor conflicto. Sin embargo, a principios del siglo XXI las expectativas han cambiado y ya no resulta aceptable soportar estas condiciones. Estudios realizados hace una década atrás en distintos establecimientos educacionales del país detectaron deficiencias no solo en la temperatura, sino también en la calidad del aire interior con valores de concentración de dióxido de carbono que triplican el máximo establecido por normas internacionales. Un estudio comparativo realizado en 12 escuelas y 9 edificios de oficinas en invierno en Santiago detectó diferencias de más de 8°C entre las temperaturas promedio en las aulas (14°C) y las temperaturas promedio en las oficinas (22°C). ¿Los niños no tienen derecho a confort?
Presente. Han pasado cinco años desde la viralización del “colegio iglú” y las brechas en la calidad de la infraestructura escolar se mantienen, a pesar de los esfuerzos que han realizados algunos grupos desde el sector público y privado. Dentro de las iniciativas a destacar durante los últimos años están los proyectos de rehabilitación energética de establecimientos educacionales impulsados por el Ministerio de Energía, la Agencia de Sostenibilidad Energética y la Dirección de Educación Pública, que desde el año 2020 ha abordado mejoras en algunos establecimientos del sector público. También destaca el Concurso Proyectar a Conciencia que en el año 2020 abordó la rehabilitación energética de escuelas a través de propuestas realizadas por estudiantes de arquitectura de distintas universidades. Actualmente, el programa Plan de Mejoramiento Energético Mejor Escuela impulsado por el Ministerio de Energía propone mejorar las condiciones de confort ambiental y hacer más eficiente el uso de la energía. Estas iniciativas han tenido un gran impacto sobre las escuelas que han sido rehabilitadas, ya que se ha mejorado la calidad de la envolvente térmica y se han incorporado sistemas de acondicionamiento ambiental y de ventilación. Sin embargo, la cantidad de edificios escolares que han sido mejorados es aún muy bajo, con un ritmo que necesitaría de al menos cuatro décadas para lograr cubrir la brecha.
Futuro. Sabemos que hay muchos desafíos en materia de educación, y para muchos la infraestructura podría no ser prioridad. En la industria de la construcción existen las capacidades instaladas en el país para abordar estos desafíos con alto estándar. Existen también estándares definidos para el confort ambiental y la eficiencia de escuelas de acuerdo a su ubicación climática, que orientan las estrategias y procesos a seguir. Sin embargo, se requieren importantes recursos financieros, además de voluntad política, para abordar esta enorme necesidad. En mi opinión, el mejoramiento de la infraestructura escolar merece nuestros mejores esfuerzos, ya que espacios educativos de calidad no solo mejoran la salud, bienestar y desempeño académico de los ocupantes, sino que también dignifica a los niños y los hace aspirar a un futuro mejor.