Imagen desarrollada por el Dr. Hernán Barría Chateau
El arquitecto Dr.  Hernán Barría Chateau,  Director del programa Magíster Latinoamericano en Arquitectura y académico del Departamento de Diseño y Teoría de la Arquitectura de nuestra facultad, presenta en su columna unas reflexiones sobre el Hotel Cecil. Patrimonio de Concepción, que alguna vez fue el epicentro del arte y la cultura de la ciudad  y  en el presente  guarda silencio, negándose a su desaparición. Columna publicada en diario El Sur el domingo 07 de febrero. 

Hay hoteles que resumen la vida social y cultural de una ciudad, trascendiendo su propio devenir y convirtiéndose en lugares de culto o de mitos urbanos. Por nombrar algunos: el Hotel Chelsea en Nueva York, reconocido por huéspedes ilustres de la cultura estadounidense como Bob Dylan, Arthur Miller y John Lennon; el Hotel Lutetia y el Hotel L´Alsace, en París, el primero, morada permanente de escritores y artistas como James Joyce y Pablo Picasso, el segundo, lugar de destierro y muerte de Oscar Wilde; allende Los Andes, en Mendoza, el Hotel Aconcagua donde Charly García aprendió a volar, el mismo donde diecisiete años antes escribió Demoliendo Hoteles (1984), sin antes destruir su habitación.

 

La historia del arte y la política del siglo XX podría comenzar en torno a una habitación o el bar de un hotel, lugares que han inspirado canciones como Chelsea Hotel No.2 (1974) compuesta por Leonard Cohen en memoria de Janis Joplin; novelas como El Resplandor (1977) de Stephen King y adaptada al cine por Stanley Kubrick en 1980, lo que transforma al Hotel Overlook (nombre ficticio del Hotel Stanley, Colorado) en locación de una de las películas más icónicas del cine de terror. O, por otro lado, lugares de mítines políticos, como el ex Hotel Carrera, hoy Ministerio de Relaciones Exteriores, frente a la Moneda, una pieza fundamental en la historia reciente del país; y de amores eternos como fugaces, más de alguno con un desenlace fatal como fue la tóxica relación entre Sid Vicious y Nancy Spungen quien fuera ultimada -supuestamente por el propio bajista de los Sex Pistols- en la habitación número 100 del nombrado Hotel Chelsea en 1978.

 

En Concepción, el Hotel Cecil (Loosli, 1938) podría estar junto a los antes mencionados. Un edificio neocolonial, de ventanas de arco de medio punto, esquina ochavada y balcones con balaustres, frente a la ex Estación de Ferrocarriles, que completa lo que queda del carácter señorial de la Plaza España, otrora umbral de acceso a la pujante capital penquista.

 

Reconocido como el hotel de los “artistas” o de las “estrellas”, desde sus inicios, sus salones abovedados y adornados con obras de Rafael Ampuero, fueron el lugar predilecto para la incipiente vida social y cultural de la ciudad, alcanzando en la década de los ochenta, en plena dictadura, su aura de bohemia sempiterna. Un hotel al que la banda González y Los Asistentes dedica la canción Cecil Hotel (2005), relato de influencia beat sobre un huésped alienado en el tercer piso del hotel. Recientemente, en el libro Arquitectura de palabra. Leticia y Melancolía (Muñoz y otros, 2018) el poeta Tomás Harris relata en primera persona pasajes que otorgan un cuerpo mítico al Hotel Cecil, donde el Cecil Bar, “el Cotton Club de Concepción” es el punto de encuentro con otros narradores de su generación y en el que realizan una lectura -entre cervezas y jazz- performativa, poética y marginal de Concepción. Sin olvidar a su dueño y anfitrión Jaime Santamaría.

 

Hoy, un hotel sin el bullicio de huéspedes que entran y salen, dormido en el tiempo de una ciudad olvidadiza, de ampliaciones desproporcionadas y soporte de letreros publicitarios de la nada, que evidencia el auge y decadencia de una gran época de Concepción, que bien podría ser locación de una novela de King o una película de Kubrick.


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