El arquitecto Dr. Aaron Napadensky, director del Laboratorio de Estudios Urbanos y académico del Departamento de Planificación y Diseño Urbano de nuestra facultad, presenta su columna titulada: Corrupción. La nihilista resaca del sujeto moderno. Columna publicada en edición de Diario Concepción el lunes 4 de diciembre.

El caso convenios y las grabaciones del caso Hermosilla, no solo hacen tambalear la credibilidad pública del Estado y sus instituciones, también nos hace pensar que la corrupción esta más extendida de lo que queremos aceptar. En este sentido, permítanme la siguiente reflexión…

Antes de la modernidad no existía movilidad social como la conocemos, quien nacía noble se moría noble, quien nacía esclavo se moría esclavo, y las personas se definían socialmente por su oficio,  credo o lugar de procedencia. Todos recordamos frases como, “soy Pedro el pescador”, “soy Mateo el recaudador de impuestos” o “soy José de Arimatea”. En esta premodernidad no había necesidad de diferenciarse porque “el” jamás llegaría a ser “yo”, de hecho, en las ciudades medievales no existía segregación, el castillo del rey estaba al lado del herrero y del panadero.

Con la modernidad y las nacientes burguesías industriales, surgió la movilidad social y el panadero pudo llegar a ser rey. Junto a ello emergió el sujeto moderno, que al no estar predefinido, cual dulce condena, nos dejó la perpetua tarea de la construcción social del yo,  cuestión capitalizada por la industria de la moda y expresada en la segregación residencial, entre otras cosas. Así, el barrio donde optamos vivir, la ropa de marca que nos compramos, el auto que elegimos y las experiencias que acumulamos, son decisiones que, en parte, conforman los contemporáneos códigos simbólicos con los cuales, como sujetos modernos, nos vamos escenificando socialmente. Sino como entender la cantidad  de camionetas cuyos motores permiten remolcar  5000 kg.,  y que nunca lo harán, o los autos alemanes diseñados para alcanzar los 280 km/h, que en nuestras ciudades no superaran un promedio de 60 km/h . Esto no es una crítica, sino como la constatación de un hecho del cual en mayor o menor medida y conciencia, ninguno de nosotros escapamos del todo.  Sin embargo, estos son solo medios y soportes, y no nos debiesen definir como personas y menos transformarse en el eje de nuestras vidas. Pero, en un mundo atizado por el nihilismo contemporáneo, este distingo entre forma y fondo parece difuminarse, haciendo de la corrupción un camino aceptable, develando con ello una falla de la sociedad y sus instituciones destinadas a la formación, pero también una falla de nuestra labor que como padres y madres nos cabe en la construcción del sentido ético y social de nuestros hijos, que en tanto sujetos modernos, se enfrentaran a estos mismos dilemas morales.