El valor y el precio son cosas que podemos o solemos confundir. El valor está relacionado con el grado de utilidad o aptitud de las cosas para satisfacernos, generarnos bienestar o deleite y, en virtud de los cuales pagamos cierta cantidad de dinero por poseerlas. Sin embargo, el precio es la cantidad de dinero en la que se “estima” que algo puede ser adquirido, también lo podemos asociar con el esfuerzo, la pérdida o el sufrimiento para conseguir algo.
La pandemia nos ha mostrado, a través de los confinamientos, las restricciones y, en algunos casos, el aislamiento, que existen experiencias cuyo “valor” no teníamos interiorizado y que en cierta medida hemos descubierto que pueden ser incalculables. Un ejemplo claro de esto es la libertad de movimiento asociada a los viajes, quedadas con los amigos, visitas a los familiares y otras actividades sociales de nuestra vida cotidiana que han tomado otro “valor”. Otro ejemplo de esto es la vivienda; durante nuestros confinamientos hemos sido más conscientes que dos viviendas con precios similares pueden tener un “valor” muy diferente por su tamaño, orientación, flexibilidad de espacios y equipamientos. La formación, la educación, también ha sufrido consciente o inconscientemente este análisis sobre su “valor” y, si no lo ha sufrido debería hacerlo.
Sin duda, la comodidad de recibir una clase a distancia desde nuestro living, en nuestro sillón favorito y sin tener que desplazarnos, puede hacer que nos ahorremos el “precio” a pagar por los tacos, la búsqueda de estacionamiento y los traslados para llegar a la Universidad o la Escuela. Sin embargo, el ser humano es social por naturaleza, necesita la interacción con otros/as y esa interacción es muy complejo que se dé de forma natural en la formación online. A esto hay que sumarle que, las relaciones humanas que se dan en los programas presenciales, la generación de nexos, de sinergias, es muy difícil forjarlas en la formación a distancia; un semestre puede pasar sin que los estudiantes prácticamente se vean o interactúen entre ellos.
En este sentido, hemos perdido con este tipo de formación, cada vez más extendida, algo que es fundamental en la relación entre personas, la comunicación no verbal. Este tipo de comunicación, que todos y todas empleamos desde nuestras edades más tempranas, a mi juicio juega un rol determinante en la relación entre el estudiantado y el profesorado. Un profesor puede ver a través de los gestos de sus estudiantes si algo no ha quedado claro, si están conformes con alguna aseveración o si necesitan un pequeño descanso porque la temática es muy árida. Por otro lado, la relación que se da entre los y las estudiantes también es totalmente distante.
En la formación presencial se generan conversaciones improvisadas en los espacios entre clases, conversaciones que también deben ser incluidas como un atributo de “valor” dentro de los procesos formativos, por distintas razones. En primer lugar, esas conversaciones van a generar una red de personas que en muchos casos seguirán conectados de por vida, apoyándose en distintos aspectos como la búsqueda de trabajo, la postulación a concursos, licitaciones, etc. En segundo lugar, esas conversaciones hacen que se generen procesos de reflexión sobre temáticas vinculadas al programa formativo o a otros aspectos que no es posible generarlos de manera natural en la formación online.
Quizás el árbol nos está impidiendo ver el bosque. En este sentido, la comodidad de estar en nuestro sillón favorito recibiendo una clase o impartiéndola, sin sufrir tacos, búsqueda de estacionamiento, traslados, nos juega en contra y, en muchos casos pensamos que la formación a distancia tiene aspectos cuyo “precio” nos gustaría no tener que pagar. Pero también debemos tener presente que en la formación presencial existen atributos, cuyo “valor” es difícilmente cuantificable en el presente, pero que en el futuro profesional de una persona puede ser muy alto e incluso incalculable; por ello, es importante que no confundamos el “valor” de nuestros procesos formativos con el “precio” que estamos dispuestos a pagar.