Marta Colvin en su estudio junto a una maqueta de un monumento para el cementerio general, c. 1952. Fotografía de Luis Ladrón de Guevara (1926-2015), fuente Memoria Chilena.
Ya apagadas las luces y destellos de lo que fue la celebración del día de los patrimonios, momento justo para realizar una suerte de revisionismo a lo local. Enumerando así sólo una fracción de los antecedentes con los que esta región cuenta para atribuirse ciertos rótulos en cuanto a cultura, lo primero que se nos viene a la mente es Claudio Arrau, la familia Parra, Ramón Vinay, Gonzalo Rojas y Arturo Pacheco Altamirano entre tantos otros, esta mirada es necesariamente pensar la cultura ñublensina. He reservado las siguientes líneas para profundizar en una artista chillanense, una tremenda escultora, Marta Colvin Andrade, quien obtuvo el premio nacional de arte 1970 y que Neruda la apodó, escribiendo en una hoja del Hotel Crillón de Santiago un 7 de enero de 1971 como “Salve Marta, Martísta de la Piedra, Colvinizadora del mundo…” por su afán creativo y por dejar su huella y la huella de Ñuble por el mundo.
Hoy en día, su obra se puede apreciar en todo el mundo ciudades como Talca, Valparaíso, Santiago, Amberes, Seúl, Ginebra, París, Nantes, entre otros innumerables lugares. Chillán tuvo la dicha de verla nacer, crecer y germinar este afán creativo donde herencia viva de este talento es el grupo Tanagra del cual fue fundadora. Hoy el museo que lleva su nombre, ubicado en el campus Fernando May de la Universidad del Bío-Bío, es un espacio cultural que custodia su obra y su legado, ahí a pasos del museo está también su casa, lugar diseñado por ella posterior al terremoto de 1939. En este campus, está gran parte de su propuesta escultórica del denominado tercer momento, el dedicado a América. En esta etapa, Marta Colvin gana la VIII Bienal de Sao Paulo en 1965, adjudicándole a nuestro país el primer gran premio internacional en plástica, hito no menor porque junto a ella competían además Pasmore, Tinguely, Viani y Toyofuku, escultores del más alto nivel de su época. Críticos dan cuenta que nunca hubo una bienal tan competitiva como aquella. El jurado, compuesto por 21 miembros, dirimió entre los 53 países que llenaron los cinco pisos del palacio de Ibirapuera, no hubo dudas, desde ese día Marta Colvin entró en el selecto grupo de las y los artistas más importantes de la historia. Colvin fue pionera en su propuesta, ningún otro escultor antes había realizado algo semejante, para ella fue clave Henry Moore quien la incita a que vuelva a América Latina. Recorrió gran parte de este territorio, Machu Pichu, Isla de Pascua, Chile y la cordillera de los Andes fueron claves, de hecho, su obra se construye de bloques que la representan. Colvin siempre reconoció a su maestra, Noemí Mourgues, quien en un encuentro fortuito le entrega un trozo de greda como agradecimiento por trasladarla en un día de lluvia, posteriormente, señalaría ese hecho como la chispa inicial. No era común que una mujer, casada con tres hijos, que no fuera de Santiago se dedicara a la escultura, que, en aquella época salvo excepciones, como Rebeca Matte, Matilde Pérez o Lily Garafulic, estaba casi reservada para hombres. Hoy, los restos de Marta Colvin descansan en el Parque de los Artistas en el Cementerio Municipal, en Chillán su tierra amada.