La arquitecta Dra. Maureen Trebilcock Kelly, directora del programa de Doctorado en Arquitectura y Urbanismo (DAU) y académica del departamento de Diseño y Teoría de la Arquitectura, nos presenta la columna titulada “Arquitectura y Bienestar”. Publicada en revista Negocio y ConstrucciónNegocio & Construcción

El interés por el bienestar de las personas en las edificaciones surgió hace más de una década, pero ha sido especialmente impulsado durante los últimos años debido a requerimientos de higienización y calidad ambiental de los espacios derivados de la pandemia.  Es un tema que ha sido investigado, publicado, y que forma parte de estándares de edificios, tal como las certificaciones internacionales WELL, Fitwel y otras, que surgen con el fin de certificar la aptitud de las edificaciones para otorgar bienestar a quienes los ocupan.  Los requisitos se organizan en diversas dimensiones (aire, agua, luz, movimiento, sonidos, etc.); y se basan en una larga y exhaustiva lista de indicadores prescriptivos y prestacionales.

Sin embargo, el bienestar es un constructo que aún no ha sido adecuadamente definido en el ámbito específico de la arquitectura y, por lo tanto, aún se desconoce cómo diseñar, medir, y proveer de bienestar a las personas a través del diseño arquitectónico.  Tradicionalmente, el foco ha estado puesto en aspectos físicos de la calidad del ambiente interior, tal como temperatura, iluminación, ruidos y calidad del aire, que se traducen en indicadores medibles y verificables, tanto en etapa de diseño como post-ocupación.  Estos indicadores de calidad del ambiente interior han formado parte de las normativas y sistemas de certificación internacionales y nacionales, tales como la Certificación Edificio Sustentable CES o la Certificación en Vivienda Sustentable CVS.  

La calidad del ambiente interior influye en la percepción de los ocupantes y en su confort para desempeñar las tareas cotidianas.  Sin embargo, el bienestar requiere una mirada holística que responda a aspectos físicos, psicológicos y fisiológicos.  Más allá de la percepción momentánea de comodidad, el bienestar se relaciona con los efectos que el espacio arquitectónico genera sobre las personas en el mediano y largo plazo.  Podemos estar cómodos en el día a día, pero deficiencias en la ergonomía del espacio de trabajo pueden traer problemas a largo plazo en el sistema músculo-esquelético, o bien, la falta de luz natural puede alterar el ciclo circadiano que coordina los ritmos diarios y estacionales de casi todos los procesos de nuestro cuerpo.  Asimismo, la exposición prolongada al ruido puede traer consecuencias dañinas para la salud, tales como enfermedades cardíacas, como también efectos sobre la salud mental. 

Por lo tanto, las estrategias de diseño arquitectónico pueden impactar positiva o negativamente en el bienestar físico, psicológico y social de los ocupantes.  Esto implica que no solo debemos diseñar para evitar las enfermedades, sino también buscar las maneras en que los espacios arquitectónicos agreguen valor a la vida de las personas.  No debemos olvidar que actualmente los seres humanos pasamos el 90% de nuestro tiempo en espacios interiores.

 


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