Dr. Alejandro Arros Aravena. Fotografía: Manuel Morales, integrante de la Unidad de Comunicaciones de la Farcodi.
El Dr. Alejandro Arros Aravena, Diseñador Gráfico, Doctor en Educación por la Universidad de Almería España y doctorante en Investigación del Arte por la Universidad Politécnica de Valencia , además de  director de la Escuela de Diseño Gráfico de nuestra facultad, nos presenta la siguiente columna titulada: “Iconoclasia o la cancelación de la imagen”. Publicada en Diario La Discusión de Chillán el sábado 26 de noviembre.

El siglo XXI no solamente ha traído cambios respecto a la aceleración de datos e información circulante a través de los distintos repositorios digitales que nutren internet. Chile no escapa a ello, a partir de estos últimos cinco años hemos vivido situaciones que han puesto en cuestión todo lo que conocíamos como sociedad, se han tensionado así las instituciones y la orgánica. Para no ir más lejos, desde el 2018 se han vivido el movimiento feminista y el estallido social, luego una pandemia que agudizó no sólo el sistema sanitario, sino también el alicaído estado psicológico de la población. Es a partir del llamado movimiento feminista universitario, hago referencia al año 2018, donde las imágenes e íconos empiezan a ser cuestionados con mayor afán, empieza a instalarse fuertemente el concepto de “iconoclasia” teorizado por autores como: Gamboni, Freedberg y Latour, entre otros. La iconoclasia es el rechazo a los íconos y cuya génesis aparece en el cristianismo por estar referida inicialmente al rechazo de los íconos religiosos. Toda iconoclasia tiene su alter ego y en esta bravata terminológica la antonimia de iconoclasia es la iconolatría, o quien ama a los íconos y las imágenes. En todo Chile y el mundo hemos visto esta lucha entre ambas trincheras, pero es quizá el símbolo representativo de la iconoclasia chilena lo ocurrido producto del denominado estallido social en el 2019, cuyo símbolo es la estatua del General Baquedano, obra de Virginio Arias unos de los tres maestros escultores del siglo XIX. Si bien la obra está catalogada como monumento histórico, por lo que cada intervención debe ser celosamente autorizada por el Consejo de Monumentos Nacionales, cada vez que la estatua recibía un ataque de los manifestantes, alguien daba órdenes para cubrir las huellas de las manifestaciones, pintando la estatua con varias capas de pintura, esta acción, según el Consejo de Monumentos Nacionales, es tan grave como la intervención de quienes protestaban. Un informe del CMN, realizado en enero de 2020, arrojó un catastro de 329 monumentos públicos dañados, reflejando así empíricamente  que la iconoclasia estaba en plena efervescencia por lo cual se buscaba un debate. En este sentido el arquitecto español Jorge Otero-Pailos señala que una escultura violentada es siempre una acción en busca de un diálogo, justamente cada monumento que fue pintado, rayado y dañado instaló la necesidad de este diálogo entre quienes naturalmente estaban en contra y a favor de aquellas acciones. Quienes estaban a favor esgrimían la defensa en virtud de la tradición y al pasado histórico, no obstante, a la iconoclasia no le preocupa el pasado ni el presente, su ficción es la manera de como se establece el futuro. Quienes viven la ciudad y sus monumentos, que además habitan el presente, se cuestionan si es esta generación, en este tiempo epocal los que tienen el derecho de arrojarse la prerrogativa de lo que debe o no debe trascender. Por el contrario, el iconoclasta se pregunta ¿Quién decide lo que se autoriza como patrimonio? por lo tanto, después de un movimiento fuerte sólo nos queda reflexionar, ¿Quién define lo que es ruina o escombro?