Constanza Ipinza Olatte es arquitecta egresada de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Santiago de Chile (USACH), Máster en Ingeniería Acústica en la Edificación y el Medio Ambiente, Universidad Politécnica de Madrid y en el presente cursa  el Doctorado de Arquitectura y Urbanismo (DAU) de nuestra facultad. Nos presenta la siguiente columna donde destaca la desigualdad en materia de urbanismo que existe en nuestro país y que la pandemia del COVID- 19 ha dejado al descubierto.  Este ensayo fue publicado en el boletin 03 del proyecto VIRAL realizado por microeditorial El Rayo Verde 

En estos días de pandemia la mayor parte de las labores productivas y reproductivas se han visto superpuestas y confinadas al espacio doméstico.  Los cuerpos en su performance pública se han silenciado, y toda exposición y rendimiento laboral ha pasado, para quienes tienen el privilegio de hacerlo, a una virtualidad que nos ha permitido seguir conectades dentro de las lógicas del distanciamiento físico.

La vivienda se ha tornado un espacio fundamental para la vida cotidiana y ha cambiado los tiempos de permanencia y uso para un gran número de personas. Así también, el escenario de la ciudad, como soporte social, productivo y de ocio, se ha trasladado, anulado y/o atravesado con la vida íntima, dislocando los tiempos de la vida diaria y abandonando en muchos casos el cuidado de otres bajo las lógicas del modelo neoliberal.

Tal como dice Zaida Muxi (2018) en su libro “Mujeres, casas y ciudades”, la vida íntima y laboral no se explica una sin la otra, sobre todo en el caso de las mujeres. El poder de lo colectivo en estos tiempos de individualidad inevitablemente se ha debilitado y las mujeres han tenido que soportar y duplicar, aún más, las labores de cuidado y producción, superponiendo la enseñanza de hijes, el cuidado de ancianes y los aspectos laborales de subsistencia económica.

Dignidad fue la consigna desde el 18 de octubre de 2019 en Chile y hoy no es azaroso que, para el gobierno chileno, sólo algunas comunas, las privilegiadas en su mayoría, deban permanecer obligatoriamente en cuarentena. Es así como madres y padres, pero sobre todo mujeres cuidadoras, han tenido que responder a sus labores domésticas y productivas simultáneamente en desmedro de la salud mental y la calidad de vida.

Asimismo, la pandemia ha abierto aún más la brecha de desigualdad, donde según la Oganización Internacional del Trabajo (OIT, 2018) una de cada dos mujeres latinoamericanas está expuesta al desempleo o a la informalidad laboral. Un ejemplo de esto son los brotes colectivos de coronavirus en grupos de inmigrantes y poblaciones que viven en condiciones de hacinamiento, la salud no es para todes, y las condiciones del espacio arriesgan nada más y nada menos que la vida misma.

Ana Falú (2020) nos invita a interpelar las acciones y políticas de la emergencia en clave feminista, las labores de cuidados hoy claramente están en crisis y “quedarse en casa” implica primero que todo tener una y luego, poder hacerlo en condiciones mínimas.

Podemos afirmar que la calidad del ambiente construido marca aún más las diferencias socio-económicas de la población. Las cualidades espacio-ambientales de luz, orientación, ventilación y dimensión ahora no sólo significan un valor agregado para el/la ciudadano/a común, sino también presenta implicancias en la salud de las personas.

Ya se ha dicho innumerables veces que el espacio no es neutro y nos condiciona desde las experiencias corpóreas y de los roles de género, donde lo público y lo productivo ha sido relevado por sobre las labores reproductivas que representan el cuidado de quienes no sostienen la economía de un país. Pero ¿qué supone hoy, en el contexto de pandemia internacional, el espacio físico en su dimensión de cuidados?

En su libro Proyectar Mundos, el arquitecto Friedrich von Borries (2019) habla de una teoría política del diseño, donde afirma que crear mundos es una inevitabilidad que por consiguiente siempre significa proyectar la propia vida. “El diseño (…) exhibe qué condiciones sociales, económicas, políticas y culturales subyacen a la conformación de las cosas. De esta manera, el diseño puede ser entendido como expresión de normas, pero también de angustias y esperanzas: cosifica las condiciones.” (p.19)

Si pensamos en la arquitectura y los espacios que define, podemos asumir que la ciudad y el diseño de las viviendas representan una concepción de vida muchas veces sometida a un modelo de país. Por ejemplo, en el contexto del estallido social chileno, el colectivo “Por un Habitar Digno” puso de manifiesto el abuso del negocio inmobiliario en Chile y la herencia espacial de la dictadura cívico-militar a través del dibujo planimétrico de plantas de arquitectura de vivienda sociales y nanodepartamentos de 17 metros cuadrados en escala 1:1 en la explanada de la Plaza Baquedano.

Asimismo, si ese diseño lo analizamos en clave feminista, podemos decir que la vivienda y su uso ha tenido pocas variaciones. “La casa continúa siendo el lugar del ocio y descanso para algunos al tiempo que para la mayoría de las mujeres es el lugar de trabajo” (Muxi, 2018: p.37). En este sentido, el hogar en el contexto actual se ha transformado en un lugar de trabajo continuo que somete a quienes no cuentan con condiciones de confortabilidad mínima y realizan una doble jornada laboral en su cotidiano.

Hoy, esta crisis ha revelado aún más que las condiciones actuales de desprotección social nos han llevado a un punto de inflexión, que se tensiona entre el capital y la vida (Quiroga, 2020). Repensar los paradigmas del espacio doméstico y los modos de uso que dan lugar a los acontecimientos relacionales que afectan a la vida privada es crucial. El mundo de lo público se ha confinado en los hogares, la habitación propia de Virginia Wolff (1929) probablemente se ha vuelto aún más urgente.

Maqueta Audiovisual, material  elaborado por Proyecto Santiago_b.


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