Fotografía de Joan Bautista Isaac Molina
Joan Bautista Isaac Molina es Licenciado en Arquitectura de la Escuela de Arquitectura de nuestra facultad. La siguiente columna nos presenta su testimonio sobre la  Estación de Trenes de Talquipén, uno de los íconos del desarrollo ferroviario del Chile de principios del siglo XX. En su momento fue parte de la estaciones que  marcaron el  desarrollo industrial  y económico de nuestra zona. No obstante en el presente este patrimonio corre el peligro de su desaparición y olvido colectivo.

Hace unos pocos días que entre los lugareños circula el rumor, que demolerán la Estación, para los adultos más jóvenes, su antigua escuela básica, para algunos mayores es tan terrible que ya resignados, y a quienes ya una vez les toco abandonar las casas de funcionarios de ferrocarriles “casas de camineros” o pabellones; arrasadas para emplazar la actual Escuela Básica de Talquipen, que de paso, corto la proyección entre Estación Talquipen y la localidad del Maiten; obligando a más de un centenar de personas, entre ellos adultos mayores y niños se vean obligados a transitar por el costado norte de la carretera N-49, que une Chillán con la Comuna de Coihueco.

Pareciese que se empeñarán con atentar contra lo único que va quedando de la mayor obra publica de la localidad, y es que muy bella y celeste, su colorido se traspasa al corral, a la pista de carreras de galgos y el poblado se funde en ese color.

 

La estación ha  devenido en un columbario para palomas, así también en la perfecta locación para conseguir capturas fotográficas y presumir preocupación y “urgencia” en salvaguardar el “Patrimonio tangible”; no es bueno subestimar a los lugareños, pues recuerdan a cada persona que alguna vez a merodeado la estación con esos afanes. 

Sin embargo el tiempo pasa y la materia se deteriora, la humedad ha empobrecido casi la totalidad de la fachada norte, la más desfavorable, en cuanto expuesta a quedado a los vendavales y el arrastre de agua lluvia. Por más de un siglo y con inviernos que no dan tregua, que ni el entablado de roble ha podido ofrecer resistencia a tal desgaste, o el corredor que amparaba el primer piso, cuyos postes embebidos sobre base de hormigón garantizan la separación del suelo y es que la maestría con que se diseño y ejecutó estas y otras estaciones del Ramal, en algunos casos mantiene casi intacta su estructura.

Al respecto cabe mencionar que su base, “cimientos no se han visto afectados”, es decir no poseen compromiso estructural, que evidencie daños irreparables, resulta notable destacar el despegue con respecto del suelo de las vigas de piso, donde ostenta vigas de roble, ya apellinadas y de gran escuadría, estas equidistantes sustentan el desvencijado entablado, tapizado de botellas de vino, latas de cerveza y colillas de cigarros, las cuales de no ser por las infiltraciones de agua lluvia, desde el techo por el lado oeste, han terminado traspasando el cielo raso, sumado a la extracción de tablas, lo que a hecho concentrar la humedad, manifiestando los mayores signos de pudrición.

También el vandalismo urbano, la marginalidad rural han contribuido a lo suyo, y el abandono por parte de las autoridades.

Ya no se construye como antes, resulta descabellado el pensar en una reconstrucción, y es que en definitiva la estación que pareciese tipología mundial, es la única que ha pervivido por estos lares. Misma suerte no corrió su homónima Estación Pinto, posterior al retiro de las vías en la mitad del 40, paso a ser ocupada como estructura educacional, teniendo cabida allí la formación y enseñanza de niños de Estación Pinto. En la actualidad ese lugar recibe ese nombre, paradójicamente no queda nada de la Estación. Cabe notar la reutilización de la estructura ferroviaria, para salvar la necesidad de una Escuela para la comunidad.

Los lugares se constituyen cuando alguien los habita, los hombres hacen los paisajes, el tren urbanizo, donde se detuvo ahí llegaron otros, fue un agente civilizador, el camino era hecho por hombres a caballo, la trocha lo que hace es tecnologizar una senda, se pone sobre lo que ya estaba.

Un cartel de cartón piedra fijado con tachuelas, sobre el tinglado de la fachada sur recuerda el tiempo en que posterior a su primer abandono, esta fue ocupada como infraestructura educacional… “Quiero compartir el futuro de mi comunidad estudiando para serle útil el día de mañana”…

No obstante son los mismos lugareños, cuyos antepasados vieron por primera vez el tren llegar al andén, los que a menudo desbrozan la maleza, hacen aseo,  y contemplan la estación. El silencio no siempre estuvo ahí, y desde ese mismo lugar, alguna vez un niño, campesino o arriero diviso a unos pocos metros las maniobras del Tren Chico, la columna de humo y el chirrido de las ruedas friccionando los rieles, los pitazos, la carga, la descarga, la alegría, el andén, la partida, el mundo conocido, el viaje, el mundo desconocido, el periódico, las sustancias, el ir a pelar una naranja en las escalinatas de la bodega al atardecer, la columna de humo todo bullía.

En tanto en el zócalo de la ex plataforma de descarga, en la actualidad inexistente en su tipología de galpón, una vez más el espacio en rededor a la estación convoca, la mayoría de las tardes, después de haber terminado sus labores en el campo, ellos y tantos más se dirigen a platicar, constituyéndose en un espacio que da cabida y convoca al encuentro, un espacio social.

Talquipen el lugar está instituido, es de una institución humana, Talquipen lo que produce acuerdo. 

Ya no hay trenes, y aunque ya no hay trocha para servir intereses económicos, permanece y es reconocible una trocha que tiene que ver con el recuerdo de los viejos, con la nostalgia y con la memoria, que de tan compartida se hace un bien conocido, más allá de una estación es un bien… un recuerdo común.

Artículo original del blog Chillán Antiguo.


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